miércoles, 6 de abril de 2011


Un voto por persona, por favor

Fuente La República

Por Rocío Silva Santisteban

La idea del voto universal ha sido la más revolucionaria en esta campaña electoral. Increíble pero cierto.  Resulta que, a contrapelo de lo que suele suceder cuando los gobiernos entran al poder y empiezan a ceder a las presiones de los lobistas o de los grandes intereses económicos, a la hora de la verdad, me refiero a ese momento de absoluta soledad en el que nos encontramos, cara a cara, con las urnas, pues nos convertimos en equivalentes para la democracia y la responsabilidad de una persona un voto –así te apellides Benavides o Silva o Condori– es lo que concentra la fuerza de la inmensa y precaria mayoría. Es cuando ser campesino o minero o banquero o profesor universitario o propietario de tu cuatro-por-cuatro no aporta ninguna diferencia. Ese único voto por persona es lo que convierte al sistema, con todas sus inequidades y errores, en lo mejor que le puede pasar a un país que busca ser justo. Es cierto que no es suficiente pero, por lo visto en esta campaña, es lo que más asusta a los poderosos.

Algunos analistas y propagandistas políticos lo olvidan continuamente. Algunos periodistas se quejan del voto universal y obligatorio –yo disiento del voto obligatorio pero por otras razones– y sostienen que, si el voto fuera voluntario, solo la élite más  preparada y educada interesada en participar de las elecciones votaría, y en ese sentido sería una elección menos espectacular y mediática, y en cambio mucho más meditada. Incluso sostienen que las “grandes mayorías” siempre votan “por default”, sin pensar demasiado. Y por último menosprecian la cultura política popular argumentando que, en realidad, está vinculada a reacciones o refracciones a cambios o propuestas divergentes a aquellas de corte populista (es decir, a la gente le gusta el pan & el circo).  Ese es el argumento razonado de algunos frente al alza de Ollanta Humala en estas elecciones. Y por eso se rasgan las vestiduras ante la obligatoriedad de la votación.

Ese razonamiento presupone que las democracias son mejores cuando las componen seres más educados, elitistas, cultos y formados. Y seguro que aún mejor si escuchan música clásica. Ay, qué craso error. Esa masa electoral educadísima fue la que votó por Adolf Hitler: recuérdese que camino a los hornos crematorios muchos judíos escuchaban a Bach o a Mozart, fina gentileza de los SS. Esas mismas élites educadas muchas veces han optado por el golpe de Estado –nuestra pequeña historia latinoamericana está plagada de eso– porque antepusieron sus intereses de clase frente a los intereses nacionales y nunca arriesgaron más que lo mínimo para mantener su statu quo económico y social. Hace solo 50 años atrás las mujeres no podíamos votar, los analfabetos tampoco: hoy las reglas del juego democrático no les gustan a los que se dicen liberales y demócratas. Al parecer, deduciendo de sus argumentos, son poco liberales y nada demócratas. Si las clases altas y poderosas, si los empresarios y mineros, si los financistas y lobistas petroleros, tiemblan ante los resultados que se avecinan, será mejor que se vayan acostumbrando al juego de la democracia: solo un voto por persona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario