domingo, 20 de noviembre de 2011


El Papel de los Intelectuales


Por Salomón Lerner Febres
Fuente Bajo La lupa
13 de noviembre de 2011
En una comprensión general del término intelectual, éste es quien trata o trabaja con ideas. De una manera más delimitada podríamos decir que el concepto abarca tanto a quienes elaboran una interpretación de nuestro presente y una propuesta sobre el futuro, cuanto a quienes pueden, al fin y al cabo, hacer que esas ideas se conviertan realmente en representación colectiva, en valor social, en ideas compartidas. Desde esta segunda perspectiva, menos restrictiva, no sólo el escritor original o el investigador erudito son intelectuales; lo son también los periodistas, los maestros de escuela, en fin, todos aquellos que, al hacer circular razones, opiniones, visiones del mundo dan forma al mundo mental colectivo en que vivimos.
En tal contexto, vale la pena preguntarse cuál es la responsabilidad que tienen los productores y difusores de ideas frente al Perú de hoy y frente al país que él podría ser en las décadas por venir. La premisa que está detrás de esta pregunta reside en que el intelectual cumple una función fundamental en el sentido más estricto de la palabra, pues ayuda a reconocernos. Como una realidad social, que se halla aún en trance de ser y brinda a partir de allí las ideas que puedan fundar el futuro bueno que todos deseamos.
Democracia, desarrollo, paz, convivencia plural, son lamentablemente en el Perú, realidades todavía por ser edificadas. Quizá por ello, justamente, la tarea que históricamente se ha esperado del intelectual sea la elaboración de una síntesis, la formulación de una propuesta de un proyecto nacional.
Tienta decir que hoy –salvo por la existencia de ciertos grupúsculos autoritarios y reaccionarios– ese proyecto, en sus contornos más generales y abstractos, se halla claramente identificado: el Perú del siglo XXI debe hacer realidad el ideal de una democracia representativa e incluyente y ha de embarcarse en un desarrollo expresado en bienestar general que, sin excluir el ideal del crecimiento económico, pero evitando hacer de él un fetiche que sustituya el fin real, vaya más lejos para así alcanzar lo que hoy se entiende como desarrollo humano: habilitación de las personas para el ejercicio de sus capacidades y, principalmente, el goce de su libertad.
Ciertamente si tal proyecto estuviera así de claro, el papel del intelectual podría resultar identificado o confundido con el rol de quienes han de concebir los medios para la realización de esa idea. Esto, sin embargo, debería evitarse si no deseamos que la distancia entre el intelectual y el experto en técnicas administrativas y financieras, en métodos de planificación y ejecución, se pervierta de manera que el primero cumpla un papel irrelevante como creador y como crítico.
Ahora bien, resulta que tan pronto como se mencionan las metas de la democracia o la del desarrollo, nos damos cuenta de que ellas no gozan en absoluto de la aceptación general que suponemos tienen. Y lo más problemático es que esa falta de universalidad no obedece a un cuestionamiento del desarrollo social y la democracia por medio de discursos implícitos y articulados, por obra de ideologías rivales frente a las cuales quepa tomar posición. Por el contrario, estas nociones son, o han sido, víctimas de un proceso imperceptible de corrupción por el cual la democracia ha llegado a ser comprendida, de modo reductor, como el ejercicio arbitrario de los cargos obtenidos mediante votos y el desarrollo, en muchas ocasiones, se ha convertido, para las elites gobernantes y empresariales, en mera preservación de los equilibrios macroeconómicos o, en el mejor de los casos, en la generación de empleos en condiciones premodernas de explotación.
Ante esa situación, el papel de los intelectuales en el Perú vuelve a ser el de propulsores de una idea. Pero ésta ya no será, creemos, esa idea minuciosamente normativa, repleta de contenidos y determinaciones, de los pensadores de los siglos XIX y XX, propia de una época de mayor autoconfianza, pero también aparejada de una menor sensibilidad a las diferencias culturales del país.
Lo que hoy toca hacer es una tarea más general, más urgente. Se ha de restaurar la imaginación política en el país; fundamentar y difundir una autocomprensión del Perú en la que la discusión sobre los fines vuelva a tener sentido, y, donde la deliberación ideológica organizada, y honesta, anteceda a la toma de decisiones que afectan a la mayoría de la población y no se impongan como si fueran leyes de la naturaleza en lugar de lo que verdaderamente son: visiones del mundo, intereses determinados y preconceptos de un grupo social en particular, opiniones que han de ser cotejadas con otros sentidos comunes, otros intereses y visiones.
Y esa tarea: la de la recuperación de la política como deliberación, resulta particularmente apremiante en un país que, como el nuestro, alberga una rica pluralidad cultural y tolera, casi diríamos se complace, en una insultante desigualdad socioeconómica.

viernes, 11 de noviembre de 2011


La ideología de la inferioridad latinoamericana: Componentes religiosos y raciales (Parte 1 y 2)


09 de noviembre de 2011

Un Teddy Roosevelt blanco y agigantado, abre paso a la civilización en Panamá. América Latina es representada por pobladores de tez morena y estatura inferior. Roosevelt hace gala de su nueva diplomacia, consistente en hablar de manera suave pero, eso sí, portando un gran garrote para instaurar el orden deseado si sus palabras no son tomadas en cuenta. La caricatura pertenece a William Allan Rogers y apareció en “The New York Herald” en el año 1904.

La ideología de la inferioridad latinoamericana:
Componentes religiosos y raciales
(Parte 1)

Escribe: César Vásquez Bazán

           Desde los años iniciales de los Estados Unidos como república, ha existido en este país una ideología que considera a América Latina como su patio trasero y que entiende a nuestra región como un área degradada del mundo, conformada por pueblos mediocres, de escasa o nula importancia. Más precisamente, esta ideología entiende a América Latina como un territorio habitado por individuos de rango inferior, indignos de ser llamados –y de ser considerados− americanos.

            El político estadounidense Teodoro Roosevelt (1910, 27) explicó hace más de un siglo que la calificación de americanoestá reservada para los residentes del país del norte y no para los habitantes del patio trasero. Luego de señalar que los ciudadanos de Estados Unidos “tenían en sus venas menos sangre aborigen que cualquiera de sus vecinos [latinoamericanos]”, Teddy señaló que “era de destacar que [los países latinoamericanos]” hubieran permitido tácitamente que los estadounidenses se apropien del título de americanos para designar su nacionalidad distintiva e individual”.

            Además de cumplir el papel de patio trasero de Estados Unidos, América Latina es considerada por esta ideología como “las sobras del mundo”, por citar la curiosa frase del economista del Banco Mundial y autor Rudiger Dornbusch (1990, 129). Debido a su insignificante poder económico y político, América Latina es vista como una región del mundo en la que la historia nunca se produce. El Secretario de Estado Kissinger explicó con claridad lo que podría denominarse el axioma de la superioridad geopolítica de los países del norte: “América Latina no es importante. Nada importante puede venir del Sur. La historia nunca se ha producido en el Sur. El eje de la historia comienza en Moscú, se traslada a Bonn, cruza a Washington, y luego se dirige a Tokio. Lo que pase en el Sur no tiene ninguna importancia” (citado por Hersh, 1983, 263).

            El propósito de la serie de artículos que hoy comenzamos a publicar es analizar las fuentes y la razón de ser de la ideología de la inferioridad latinoamericana. Sin negar el papel central desempeñado por factores económicos y políticos en la definición de esta peculiar doctrina, nuestro estudio hará hincapié en los fundamentos religiosos y raciales de una visión ideológica que estaba vigente siglos antes de la primera aventura imperialista de los Estados Unidos más allá de su frontera sur.

            Trataremos de probar que la ideología de la inferioridad latinoamericana es una consecuencia de la percepción de las élites dominantes de EE.UU. sobre la posición de este país en el mundo, su misión política global, y el papel redentor que deberían cumplir sus habitantes blancos con respecto a las poblaciones de países entendidos como inferiores.

            Argumentaremos que los elementos que contribuyen al nacimiento de la ideología de la inferioridad latinoamericana se encuentran en los dogmas religiosos y raciales traídos por los anglosajones en su migración a la América del Norte durante el siglo XVII. Con el transcurrir del tiempo, estas creencias fueron aceptadas y asumidas por la mayoría de la población estadounidense, siendo incorporadas por el liderazgo político norteamericano como supuestos implícitos de su política general y exterior. Tras décadas de evolución, los componentes religiosos y raciales de esta doctrina de inferioridad se convirtieron en factores que permitieron racionalizar el dominio económico y político de América Latina por los Estados Unidos. Fue así como la creencia en la inferioridad latinoamericana adquirió de manera imperceptible el carácter de ideología nacional. Hoy se encuentra profundamente arraigada en las clases dirigentes y en un amplio sector de la población de los EE.UU. Sintomáticamente, al mismo tiempo, se encuentra excluida de la discusión académica y pública.

Referencias
Dornbusch, Rudiger W. 1990. Policy Options for Freer Trade: The Case for Bilateralism. pp. 106-141 en An American Trade Strategy: Options for the 1990s, editado por Robert Z. Lawrence, y Charles L. Schultze. Washington, D.C.: The Brookings Institution.
Hersh, Seymour M. 1983. The Price of Power: Kissinger in the Nixon White House. New York: Summit Books. Hersh cita a Henry Kissinger durante una entrevista con Gabriel Valdés, Ministro Chileno de Relaciones Exteriores. La conversación tuvo lugar en la Embajada Chilena en Washington, D.C., en junio de 1969.
Roosevelt, Theodore. 1910. The Winning of the West. Homeward Bound Edition. 4 vols. Vol. I. New York: The Review of Reviews Company.


Puede autogobernarse una América Latina poblada de mestizos, negros y católicos? 

La ideología de la inferioridad latinoamericana.- Componentes religiosos y raciales (Parte 2)

Mientras el maestro anglosajón trata de enseñar el significado del concepto democracia, un alumno latinoamericano, de apariencia morena, demuestra no tener interés en la lección. La caricatura pertenece a William H. Crawford y fue publicada en el New York Times  del 22 de diciembre de 1963 con la leyenda ¿Puede la clase prestar atención, por favor? ¿Quizá algún alumno? 

Escribe: César Vásquez Bazán

Las élites dominantes de los Estados Unidos creyeron encontrar la explicación de la inferioridad de América Latina en las condiciones políticas, culturales y económicas imperantes en nuestra región.

En el ámbito político, los líderes estadounidenses señalaron como característicos los continuos conflictos internos de América Latina –muchos de ellos derivados en golpes de estado o guerras civiles; la consecuente inestabilidad de los gobiernos hispanoamericanos; la rampante corrupción existente en las esferas oficiales y la carencia de instituciones democráticas eficientes. En materia cultural, indicaron como determinantes la ignorancia, el fanatismo y la pereza de su población. En el campo económico, el atraso y la pobreza de los países del área fueron entendidos como indicadores infalibles de la inferioridad latinoamericana.

En el pensamiento dominante estadounidense, la interacción de las condiciones anteriores resultó, desde el punto de vista de los movimientos de la población, en la generación de corrientes migratorias de “personas indeseables” –provenientes de América Latina– hacia los Estados Unidos. En 1913, el presidente estadounidense William H. Taft presentó como ejemplo el caso de los inmigrantes mexicanos (Taft 1973, 77). En la actualidad, posiciones similares son defendidas por influyentes políticos de Washington. Por ejemplo, refiriéndose a las migraciones hacia los Estados Unidos, el líder conservador Patrick Buchanan comentó: “El tema candente aquí… tiene que ver, casi totalmente con la raza y el carácter étnico. Si ciudadanos británicos, huyendo de una depresión, entraran a este país [los EE.UU.] a través de Canadá, no se produciría mayor alarma. La objeción central al actual flujo de inmigrantes ilegales es que no se trata de gente blanca que hable inglés y que provenga de Europa occidental; lo que llega es gente que habla español, negra o de color de piel marrón o café, proveniente de México, América Latina y el Caribe” (citado por Berlet y Quigley 1995, 37).

América Latina: autogobierno, federación política y pobreza

Desde principios del siglo XIX, resultaba claro para las clases dirigentes de Estados Unidos que lo que ellas consideraban la ignorancia de los pueblos latinoamericanos, la falta de visión de sus líderes, y la influencia de la Iglesia Católica, afectarían negativamente la capacidad de autogobierno que podría desarrollar la región.

En 1811, en una carta dirigida a Alexander von Humboldt, el tercer presidente de los Estados Unidos –Thomas Jefferson– hizo explícita su opinión inicial sobre el tema. Escribió al respecto: “¿Qué clase de gobierno establecerán [los latinoamericanos]? ¿De cuánta libertad pueden gozar sin que se intoxiquen con ella? ¿Están sus líderes suficientemente iluminados como para formar gobiernos bien establecidos? ¿Está su gente preparada para supervigilar a los líderes? ¿Han colocado a sus indios [asimilados a la sociedad criolla] en pie de igualdad con los blancos?... A menos que la educación pueda transmitirse entre los indígenas con mayor rapidez que lo que demuestra la experiencia, las sociedades latinoamericanas se verán afectadas por el despotismo antes que estén listas para defender los avances que hubieran obtenido” (Whitman 1945, 271).

Siete años después, en 1818, las preocupaciones originales de Jefferson dieron paso a una visión aún más pesimista sobre las perspectivas de autogobierno de los países de América Latina. Refiriéndose a los latinoamericanos, Jefferson explicó: “El enemigo peligroso [que tienen] está dentro de ellos mismos. Sometidos al despotismo religioso y militar, la ignorancia y la superstición encadenarán sus mentes y sus cuerpos. Creo que sería mejor para ellos obtener la libertad sólo en forma gradual. Progresivamente obtendrían el conocimiento y la información [que necesitan], para hacerse cargo de sí mismos con la comprensión debida; con mayor seguridad si, paralelamente, se ejerce sobre ellos sólo el control que resulte necesario para mantenerlos en paz unos con otros” (Cappon 1959, 524). 

No fue sino hasta 1821, año en que el Perú alcanzó la independencia política de España, que el presidente Jefferson llegó a su conclusión final. Sentenció que América Latina era una región incapaz de vivir en democracia. Jefferson escribió: “Desde un principio temí que estas gentes no estuvieran suficientemente iluminadas para practicar el autogobierno y que, después de experimentar hechos de sangre y masacres, terminaran viviendo bajo tiranías militares, más o menos numerosas” (Cappon 1959, 570).

Otros líderes de la independencia de Estados Unidos compartieron opiniones similares con respecto a América Latina. Lleno de dudas, John Adams, segundo presidente de los Estados Unidos, escribió: “[Los latinoamericanos] serán independientes de España. Sin embargo, ¿podrán tener gobiernos libres? ¿Puede coexistir un gobierno libre y la religión católica romana?” (Cappon 1959, 523).

Los dirigentes estadounidenses asumieron que siguiendo su ejemplo, la América Latina independiente establecería una federación de estados, conformada por democracias prósperas. Sin embargo, observaron que esta posibilidad se vería obstaculizada por la sucesión de movimientos revolucionarios, crisis fiscales y brotes de corrupción gubernamental. En un ensayo publicado en The Forum, en 1894, el futuro presidente Teodoro Roosevelt percibió esta realidad y la atribuyó a las discordias existentes entre las naciones de América Latina: “El espíritu de patriotismo provincial y la incapacidad para asumir el compromiso de adhesión a la patria grande ha sido la causa principal que ha producido semejante anarquía en los estados de América del Sur. Esto ha dado lugar a que se presente ante nosotros, no una gran federación de naciones hispanoamericanas –que se extienda desde el Río Grande hasta el Cabo de Hornos– sino una multitud conflictiva de estados, plagados de revoluciones, ninguno de los cuales ha llegado a adquirir, siquiera, el rango de una potencia de segunda importancia” (DiNunzio 1994, 167).

Por otra parte, los políticos estadounidenses racionalizaron el atraso y la pobreza de América Latina como el resultado natural de su incapacidad para mantener una economía de mercado debidamente estructurada. Partieron de la observación que las cajas fiscales de América Latina usualmente se encuentran en bancarrota. Dada su incapacidad para recaudar impuestos, la región mantiene una abultada deuda y, a pesar de los incumplimientos en su pago, siempre está solicitando nuevos préstamos. Debido a la existencia de este círculo vicioso de endeudamiento, durante el siglo XIX los hombres de negocios estadounidenses “no vieron futuro [en América Latina], salvo la continuación indefinida del régimen hispanoamericano de revoluciones, repudio de la deuda, devaluación monetaria y bancarrota... No puede esperarse buen gobierno ni buena fe demestizos ni negros (Adee 1969, 322).

Obras citadas
Adee, Alvey A. 1969. “Secretary of State Frelinghuysen’s Analysis of Expansion into Latin America”, pp. 322-323 en The Shaping of American Diplomacy: Readings and Documents in American Foreign Relations. 2 vols. Vol. I, 1750-1914, editado y con un comentario de William Appleman Williams. Chicago: Rand McNally & Company.

Berlet, Chip, y Margaret Quigley. 1995. “Theocracy & White Supremacy: Behind the Culture War to Restore Traditional Values”, pp. 15-43 en Eyes Right! Challenging the Right Wing Backlash, editado por Chip Berlet. Boston: South End Press, citando el artículo de Patrick Buchanan “Immigration Reform or Racial Purity”.

Cappon, Lester J., editor. 1959. The Adams-Jefferson Letters: The Complete Correspondence Between Thomas Jefferson and Abigail and John Adams. 2 vols. Vol. II, 1812-1826. Chapel Hill: The University of North Carolina Press.

DiNunzio, Mario R. ed. 1994. Theodore Roosevelt. An American Mind. A Selection from His Writings. New YorkSt. Martin’s Press.

Taft, William Howard. 1973. “Taft’s Veto of Literacy Test for Immigrants”, pp. 77-78 in Documents of American History. 9a. ed. 2 vols. Vol. II, Since 1898, editado por Henry Steele Commager. New York: Appleton-Century-Crofts.

Whitman, Willson, editor. 1945. Jefferson’s Letters. Eau Claire,Wisconsin: E. M. Hale and Company.

lunes, 29 de agosto de 2011


La idea de progreso en el debate político



Fuente La República
Por: José Távara
Profesor PUCP.
La idea de progreso empieza a constituir uno de los ejes centrales en el debate político y puede determinar los resultados de las próximas elecciones –tanto las de octubre como las de abril próximo. El progreso refiere a la acción de ir hacia adelante, de avanzar y perfeccionarse, de mejorar la condición humana. Lo opuesto al progreso es la regresión y el atraso.
Sin embargo, en la vorágine de nuestra época esta idea de progreso puede resultar elusiva, por lo que debemos recordar algunos principios. La Constitución establece que “la defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad son el fin supremo de la sociedad y del Estado”. Según este principio, la condición esencial del progreso es reconocer y defender el derecho de todos a una vida digna, en especial de las personas más pobres, que son las más débiles y vulnerables. Las saludables reacciones contra el inmoral DL 1097  nos recuerdan que no puede haber progreso con silencio cómplice e impunidad frente a los crímenes, pues la paz solo puede fundarse en la verdad y la justicia, como base de la reconciliación.  Las controversias y los silencios sobre este tema permiten distinguir muy bien a aquellos que están con el progreso de aquellos que están con la barbarie.
Una sociedad progresista construye ciudades inclusivas, sus líderes trabajan por elevar la calidad de vida y brindar seguridad a sus ciudadanos, sin subordinarse a los negocios y las ganancias privadas. El progreso no es sinónimo de crecimiento inmobiliario, sino que exige la defensa de nuestro hábitat y la creación de espacios públicos abiertos a todos. También supone la provisión eficiente de servicios públicos fundamentales como la seguridad y el transporte, hoy sumidos en el caos por la desregulación irresponsable y el debilitamiento del Estado. El progreso requiere de líderes regionales capaces  de asumir con firmeza sus funciones, de concentrar sus energías en reformas críticas, como en educación y salud, de elevar los estándares de transparencia y enfrentar la corrupción en todas sus formas.
Además, en un país culturalmente diverso y complejo como el nuestro, las agrupaciones caudillistas y los clanes con líderes hereditarios son sinónimo de atraso. El progreso sólo puede sustentarse en organizaciones democráticas, tolerantes y abiertas a todas las culturas, dispuestas a renovar su liderazgo y sus propuestas con la participación activa de los jóvenes. No puede haber progreso sin libertad para soñar en una sociedad más justa, con mayor calidad de vida, lo cual exige infundir confianza y promover acuerdos cada vez más amplios. Un signo evidente de atraso es la prédica dirigida a infundir miedo en las propuestas innovadoras de cambio y desarrollo, apelando a reacciones instintivas que bloquean el razonamiento, siembran divisiones y alientan proyectos autoritarios.
Las nuevas ideas del progreso en economía parten de reconocer los límites de los modelos de crecimiento que degradan el medio ambiente, reproducen las desigualdades, reducen la calidad de vida de las generaciones actuales y amenazan la sobrevivencia de generaciones futuras. Desde esta perspectiva, el progreso no es sinónimo de crecimiento, sino que más bien exige innovar y reorientar nuestra civilización, adoptando nuevas tecnologías y patrones de consumo, a fin de elevar la calidad de vida de todas las personas.
Definidos así los campos, es natural que los líderes políticos – incluso los más retrógrados– aspiren a proyectar una imagen de progreso, atribuyendo a sus rivales la defensa de ideas atrasadas y fracasadas. Y usted, amigo lector, ¿podrá distinguir a los líderes progresistas de “los dinosaurios”?

Política adulta


Por Jorge Bruce

El paso del estado mental propio de una campaña política al de la situación de Gobierno es análogo al que va de la adolescencia a la adultez. En el primero nos desenvolvemos en el ámbito de los ideales y los deseos. En el segundo ingresamos en la realidad de las fuerzas en juego. Mientras el caso previo se caracteriza por cierta efervescencia del ánimo que se expresa en discursos exaltados, una vez en el poder el peso de las responsabilidades exige moderación y reflexión. Aquellos que no lo comprenden a tiempo suelen seguir el vuelo flamígero de Ícaro.
Ahí está el ejemplo de Martha Chávez, cuya gritería desaforada y sin límites es típica de las efusiones fanáticas de la adolescencia. Lo mismo puede decirse de Antauro Humala, cuyas declaraciones espontáneas a Caretas, anunciando su pronta libertad, son de un candor omnipotente que también raya en el fanatismo inmaduro e imprudente.
No solo quienes acceden al Gobierno o a la oposición tienen que identificar y asumir este tránsito frustrante: es tarea de todos. Resulta frustrante porque hay un placer inherente a los periodos en que nos permitimos soñar con mundos ideales. Abandonar esa fantasía implica un cierto trabajo de duelo. Otro que tuvo dificultades para salir de este estado e ingresar en el de la realpolitik fue Toledo. ¿Recuerdan sus declaraciones en los primeros días de su mandato cuando comentó lo fácil que resultaba gobernar? Poco después el Perú se encargó de restregarle lo delirante y precipitado de su alarde.
Todos, repito, tenemos que incorporar este nuevo orden de cosas. Esto significa pasar de las expectativas grandiosas y narcisistas, tan gratificantes, al escepticismo no exento de vigilancia y exigencia de cambio. Así, cuando vemos que el presidente hace una elección tan desacertada como la de Roy Gates como su asesor legal, nos toca denunciar este despropósito y presionar para que lo rectifique: sobran abogados mucho más competentes y de mejor hoja de servicios. Lo mismo cuando desconfiamos de ex oficiales cercanos al montesinismo en el entorno presidencial, como Adrián Villafuerte. Lo adulto no consiste en aceptar estas decisiones con cinismo y tomarse un trago, mascullando el retorno de la normalidad, pero tampoco salir corriendo a proclamar que este es un régimen corrupto e incapaz. Es muy temprano para saberlo.
Por ahora queda claro que el reacomodo se traduce en algunos gestos improvisados, de amateur, que deben ser corregidos. Susana Baca es una cantante muy querida; lo que no se entiende es de qué modo ese cariño la califica para dirigir una cartera tan compleja como la de Cultura. Hay también designaciones certeras, como las de Relaciones Exteriores, Agricultura o Educación. Lo mismo puede decirse del premier, un hombre experimentado a quien el presidente parece respetar. Ojalá tenga la capacidad de hacer ver a Humala las posibilidades y limitaciones del nuevo escenario, contrapesando su tendencia a refugiarse en el espacio “familiar”.
Uno de los problemas del poder es que genera una euforia que obnubila, pero secretamente asusta: es contrafóbico. Algunos de estos bandazos se explican por la dificultad para asimilar ese desafío.

viernes, 29 de abril de 2011


Si el régimen político no es de izquierda, no es democrático (o el blues de los intocables)


La República

Por  Alberto Vergara (*)
28 de febrero de 2010
Let’s sing another song, boys,
this one has grown old and bitter.

Leonard Cohen


Durante las últimas semanas, la página editorial de este periódico ha sido tribuna de un enconado debate entre varios de sus columnistas. Los involucrados han sido Alberto Adrianzén y Nicolás Lynch, en una esquina y, en la de enfrente, Martín Tanaka. El origen de la discusión está en los artículos de este último criticando moderadamente los libros que recientemente publicaron Lynch y Adrianzén. Pero las respuestas han sido agrias. Nicolás Lynch trató a Tanaka de “malagua” y le achacó una “epistemología de supermercado”. Adrianzén, menos fosforito, le increpó ser un defensor del orden social prevaleciente.

¿A qué se debe la vehemencia en las respuestas de Lynch y Adrianzén? Aunque son varios los temas que animan este debate, quisiera detenerme en dos aspectos especialmente pertinentes. 

Primer punto: ¿el régimen democrático debe ser de izquierda? La pregunta puede sonar absurda pero no lo es ya que en los escritos de Lynch y Adrianzén tal ecuación es siempre sugerida. Permanentemente, mencionan que “Toledo frustra la transición” (Lynch, 9 de febrero). La frustración, desde luego, proviene de haber mantenido el régimen económico neoliberal. Debemos asumir, entonces, que para ellos en el Perú carecemos de una democracia ya que una transición frustrada, por definición, es una que no desembocó en el régimen democrático.

El argumento parece ser la versión contemporánea de uno que la izquierda solía utilizar en los ochenta. El movimiento popular y movilizado que había derrocado a la dictadura de Morales Bermúdez no encontró un espacio en el juego de las instituciones democráticas que se abrieron con la Asamblea Constituyente de 1978. Lo que se recuperó fueron “solamente” las dimensiones políticas de la ciudadanía (básicamente el derecho al voto) pero se dejaron de lado las dimensiones sociales y económicas. Así fue que Lynch bautizó a aquella transición como “conservadora” (Ver “La transición conservadora. Movimiento social y democracia en el Perú 1975-1978”. Lima, Ediciones El zorro de abajo, 1992). Tal era el desagrado con la institucionalidad surgida de aquella transición que la representación izquierdista en la Asamblea Constituyente (¡un tercio!) se negó a suscribir la Constitución de 1979. Y posteriormente, de 1980 a 1985, solo tuvo palabras de desprecio para el gobierno de Acción Popular. Es por lo menos curioso que varios ex militantes de aquella izquierda hoy echen de menos la constitución que negaron y se deshagan en mimos nostálgicos hacia Valentín Paniagua, prominente líder de aquel gobierno que solo supieron insultar.

En fin, el argumento está de vuelta treinta años después: los ocho meses en que Valentín Paniagua fue presidente contenían el germen de una refundación republicana en la que no solo cambiaría el régimen político sino el modelo económico neoliberal (inseparable de la dictadura fujimorista). Para avalar esta idea, Adrianzén (13 de febrero) cita unas frases de Paniagua en que, efectivamente, don Valentín alude a una refundación republicana… ¡pero nunca alude a deshacerse del modelo económico neoliberal! Debo confesar que me perpleja este trapicheo con el recuerdo de Paniagua. Según Adrianzén, “las ideas de Paniagua, en cierta forma, eran cercanas a las que se viven actualmente en los países andinos”. ¿Perdón? Paniagua, que estudió y defendió toda su vida el constitucionalismo y el imperio de la ley contra el militarismo y el caudillismo, ¿estaría entusiasmado con caudillos plebiscitarios que cambian las constituciones como les da la gana para perpetuarse en el poder? 

Y luego llegan las “traiciones”. Según Lynch y Adrianzén, Toledo se burló del electorado pues olvidó sus promesas electorales del 2001. A ver, Toledo nunca fue ni nacionalista ni socialista. La idea de un Toledo traidor no tiene pies ni cabeza. Aquí les va una pista: Mario Vargas Llosa apoyó su candidatura el 2001. ¿De dónde sacaron, entonces, las esperanzas de que Toledo fuese un Humala avant la lettre? Más bien, creo que Tanaka tiene razón cuando afirma que estos intelectuales se han ido radicalizando en los últimos años, alejándose de posiciones socialdemócratas para terminar de groupies de un caudillo nacionalista. Y luego aparece la traición de García. Según Lynch (6 de febrero), García candidato había utilizado una retórica inflamada contra el TLC y finalmente traicionó ese discurso al moderarse y dar luz verde a dicho tratado. Pero esto es incorrecto. Quien se opuso abiertamente fue Humala. García, cínica y hábilmente, puso montones de reparos al TLC sin dejar en claro si lo firmaría o rechazaría. De hecho, esta fue una de las sinuosas estrategias por las cuales terminó estando a la derecha de Humala (que lo rechazaba tajantemente) y a la izquierda de Lourdes Flores (que lo aceptaba sin reservas), consiguiendo así avanzar a la segunda vuelta. 

El problema, entonces, no son las traiciones, sino los sueños transicionales. Durante las transiciones nuestros intelectuales orgánicos suelen imaginar el advenimiento de un movimiento “plebeyo” que tomará el Estado y luego, ¡zas!, se despiertan con el baldazo de agua fría de las elecciones. En lugar de cargar las tintas contra el régimen político (contra las reglas del juego democrático), sería más justo que dediquen ese esfuerzo a analizar por qué sus opciones preferidas –a pesar de la enorme cantidad de votos recibidos el 2006 tanto en la presidencial como en el congreso—, no han logrado consolidar una agenda o un partido. En resumen, si Toledo o García hubiesen gobernado como Adrianzén y Lynch fantaseaban, el régimen político sería democrático. O sea, para ellos el carácter democrático del régimen no proviene de la sucesión de elecciones limpias y justas, sino de las políticas públicas que los gobernantes deberían haber puesto en marcha. 

Segundo punto. La objetividad y el activismo del científico social. Aquí quien ha lanzado la frase clave es Nelson Manrique: Tú también tienes ideología, le ha dicho a Tanaka. Y todos han secundado esta idea de que la crítica se realiza desde alguna posición política y, por lo tanto, no se debe ir por la vida pretendiendo la “objetividad”. Pero digamos lo evidente: los libros y los artículos pueden ser deficientes o logrados, mejores o peores, independientemente de la orientación política que ellos o sus autores tengan. La posibilidad de verificar ciertos niveles de calidad objetivos es lo que permite que la academia y el debate de ideas sobrevivan. Los libros de Manrique son estupendos porque cumplen con estos estándares y no porque sean de izquierda.

¿Cuál es la utilidad de exigir a quienes reseñan libros que anuncien en qué equipo político juegan? Peor aún, ¿por qué asumir que todos juegan en algún proyecto político? Yo le veo una intención muy clara. Es la vía por la cual todos los argumentos valen lo mismo, todos los libros terminan reducidos a ser expresión de una ideología, todos serían expresión de unos “intereses” particulares. Se instaura el relativismo más nocivo para el conocimiento pues nadie tendría ideas o hallazgos originales sino apenas reflejos de una agenda política implícita o explícita ¿Y a quién favorecería todo este relativismo? A quienes escriben libros deficientes. 


(*) Politólogo

lunes, 25 de abril de 2011


IZQUIERDAS


Fuente Kolumna Okupa

Posted: febrero 23rd, 2010 | 
Author: Rocío Silva Santisteban 

plaza-2-de-mayo
Mitín en plaza 2 de mayo (Foto Giancarlo Tejeda).
Hay quien dice que las elecciones destruyen a la izquierda. Obviamente no se trata necesariamente de los maoístas de antaño que consideraban a todos los que no comulgaban con el “correcto camino del proletariado” como unos oportunistas electoreros, infantiles y revisionistas. No, al contrario. Me refiero a aquellos que sostienen que cuando se viene una elección –y todo el mundo de nuevo y a acomodarse– se producen problemas de matiz que finalmente fragmentan a la precaria izquierda peruana. ¿Por qué si las propuestas de corrección del modelo neoliberal que comulgan con una mística de justicia social y redistributiva son, en el fondo, muy parecidas unas a otras?, ¿por qué no cabe la posibilidad de un espacio –no sé si frente, acuerdo, polo, movimiento, o lo que quieran llamarle– que aglutine no solo por cálculos electorales, sino precisamente, por ideas comunes?, ¿qué ofrecerles a todos los jóvenes que no tienen ni la menor idea de lo que fue Izquierda Unida ni se acuerdan haber tomado vasos de leche en nombre del tío Frejolito?
Hoy ese amplio espectro de las diversas izquierdas –nacionalistas, internacionalistas, medioambientales, proéticas, militantes, activistas, socialistas– deben construir no solo la unidad sino un nuevo discurso que hable, que sea visible, que diga algo, más allá de la cháchara en sordina a que nos tienen acostumbrado el lenguaje de las ONGs, del desarrollismo, de lo jurídico, del feminismo. Mística: eso es lo que se requiere. Apelar al otro. Significar algo. Hablarle cara a cara y sin temores al peruano o a la peruana que votará por primera vez y que ha sobrevivido aprendiendo en la niñez a la despolitización de la sociedad. No subestimar a los jóvenes, por el contrario, exigirles que sean ellos los protagonistas de la nación.
Para eso por supuesto se requiere de vocación de poder. Pensar en elecciones, pero sobre todo, pensar en una recomposición de las formas de organizar la democracia. Y para eso es necesario radicalizar la democracia en el sentido más prístino posible: me refiero a participar efectivamente del gobierno a través de muchas formas de representación y acción. Lo que sucede es que este modelo, al que están tan acostumbrados los sectores populares que deben gestionar desde el agua hasta la luz, exigen del ciudadano/a. –¿“pobladores”?– dejar de lado la pasividad del voto cada cinco años. En un país profundamente autoritario, donde se prefiere dejar al “líder” la resolución de los problemas y la ejecución de las soluciones, la facilidad de vegetar como ciudadano abona una modorra política y moral que definitivamente está en las clases medias y medio-altas identificadas con un mundo ilusorio de consumo y servicios. Esa modorra es la otra cara de la moneda del boom del equipamiento del hogar, de las 4×4, de las casas de playa minimalistas. Esa modorra política no puede contagiar a todo el espectro social.
Como decía Friedrich Hölderlin, “los pueblos se amodorran pero el destino no deja que se duerman”. Así que, antes de que el destino nos lance su cubo de agua a los ojos, es preferible levantarse y pasar a la acción. Y si bien es cierto que se requiere revisar el sistema de partidos, e incluso, dejar una puerta abierta a los movimientos sociales organizados y a otro tipo de participación política no-partidaria, ahora más que nunca es necesario renovar el lenguaje de las diversas izquierdas. En un mundo donde lo abstracto deviene en inútil frente a lo mediático y visual, es necesario condensar el discurso, unificarlo, darle vida, fuerza, vitalidad, belleza, ligereza, eficacia. Descartar de una vez y para siempre aquellas palabras que por usadas y re-usadas, se vuelven retórica, y pierden definitivamente su color: “articulación”, “fuerzas progresistas”, “cambio”, sobre todo esta última, tan devaluada por ese antojadizo uso anaranjado.
Esta kolumna fue publicada en Domingo de La República el 21 de Febrero de 2010.

sábado, 9 de abril de 2011


La Conjura del Genio

Fuente La República

Por Eduardo Dargent Bocanegra
Autor de “Demócratas Precarios” (IEP 2009)



John Kennedy Toole inicia La conjura de los necios con un genial epígrafe de Swift: “Cuando un verdadero genio aparece en el mundo, lo reconoceréis por este signo: todos los necios se conjuran contra él”. En el Perú hemos llegado a la situación inversa: un genio anda conjurando contra todos los necios que lo rodeamos. El requisito para ser necio es simplemente no compartir el credo de su ensayo único de interpretación de la realidad peruana. En el mundo de Aldo Mariátegui, donde caviar es desde Rosa María Palacios hasta Jorge del Castillo, y el “electarado” vive en la sierra sur y en la mesocrática Lima, las potenciales víctimas somos muchos. Dos cosas me molestan de esta conjura en marcha.

La primera es de lejos la más seria: ética periodística. Contra todo lo que enseñan en las escuelas de periodismo, Correo está hoy construido al servicio de su director. Sus juegos de poder y pequeñas rencillas se hacen desde un diario que supuestamente informa, que supuestamente es serio y que supuestamente dirige con profesionalismo. En sus primeros años este sesgo no era tan evidente y hasta era saludable tener un poco de picante en la prensa local. Pero no contento con su columna, gradualmente Mariátegui invadió el resto del diario. Primero tomó control de chiquitas, que hoy se gastan en insultos a diestra, siniestra y más siniestra. Si se le critica, o se opina en forma distinta a la suya, o te adjudican intereses subalternos (defender mis frijoles, me tocó a mí) o te caen insultos: socialconfuso, tonto útil, resentido. El propósito del trascendido, mostrar algo no confirmado de interés público, es ahora un verduguillo, una extensión de rencores.

Luego fue avanzando hacia los titulares y el contenido de las noticias. Un político que no le gusta tendrá siempre titulares negativos. Los que le gustan, neutros, buenos o incluso muy positivos si pelean con los que no le gustan. Para rematar, las caricaturas son ya un elemento de adoctrinamiento. Lo sucedido en la campaña contra Susana Villarán es el puerto de llegada de un proceso degenerativo. No me vengan con que se trató de carátulas informativas que buscaban alertar sobre peligros sociales. Por supuesto que la presencia de Patria Roja preocupa y, como Mariátegui, creo que merece una explicación clara de Villarán. Pero se puede ser crítico sin aspavientos, consignar versiones distintas sin caricaturizar y especialmente no manipular usando composiciones fotográficas estilo The Sun. Las justificaciones para estas últimas son kafkianas.

Claro, se dirá que todo medio tiene su corazoncito. Y es cierto. The Guardian reporta para la izquierda, el Telegraph para la derecha. Le Monde Diplomatique es caviarón, The Economist derechoso. Y por aquí cerca para algunos medios Castañeda es noticia si se raspa un bus del Metropolitano y Humala si viaja a Varadero. Pero para mantener su credibilidad los medios deben intentar ser objetivos, presentar la información alejándola en lo posible de una agenda particular. Darle espacio al contrario, o resaltar la noticia en su parte más relevante y no por lecturas antojadizas. Si los medios rompen dichos estándares merecen el repudio de sus pares y bajan a la categoría de panfletos. El problema es que Correo ya no solo tiene corazoncito de derecha, sino un higadito venenoso al que la realidad le molesta. Al presentar la realidad como le gusta o intentar cambiarla a punta de titulares, ya nada lo distingue de los otros panfletos que circulan por Lima.

Esta valentía periodística frente al mundo caviar, además, se agota frente a otros actores políticos que todo medio serio debería fiscalizar. ¿Usted recuerda alguna denuncia en Correo sobre corrupción empresarial, una investigación sobre los lobbies en el Estado, una mirada a crímenes contra los derechos humanos? Habrá alguna, pero dista de ser lo habitual. Cuando Aldo Mariátegui maletee a un congresista pregúntense por qué su diario no es tan valiente con empresarios, militares o lobbistas.

Mi segunda molestia es más personal. El estilo de Mariátegui baja el nivel intelectual de una discusión pública ya bastante pauperizada. Resulta deprimente que se presente día a día en sus columnas y chiquitas como el estándar de la inteligencia local. ¿Cuáles son sus logros intelectuales para tratar de idiota al resto? ¿Libros, ensayos, artículos que superen las 500 palabras? Sus escritos tienden a ser repetitivos, desordenados y, cuando intenta ser profundo, melosos. Abusa de Wikipedia y del pobre Basadre. Sin embargo, cuando uno lo escucha basurear a la élite limeña porque no ha estudiado en Harvard o Princeton pareciera que Raymond Aron nos está dando cátedra.

Lo jocoso es que algunos que sí cumplen sus estándares de éxito son tratados como imbéciles. A Carlos Iván Degregori lo acusa de pensar lo que piensa sobre el racismo en el Perú por ser un resentido, y por eso los resentidos de Princeton lo invitan como profesor visitante. Similar maltrato reciben Richard Webb, Hugo Neira, Sinesio López, Julio Cotler, entre otros que debaten con una audiencia más amplia que la local. Uno puede discrepar de ellos, sin duda, pero maltratar a personas claramente más interesantes y articuladas que uno contribuye a la mediocridad de la esfera pública y es bien desubicado. Si el Loco Vargas me maletea por no jugar en el Calcio, vaya y venga. Pero que no lo haga Waldir Sáenz pues.

Reitero, esto es menos grave pues son sus opiniones. Allá aquellos que creen que sus anteojeras le permiten hacer un análisis serio y agudo, allá esa derecha que lo ve como su adalid intelectual. Lo que es problemático de verdad es que Correo sea ya una gran columna de opinión del director. Es una pena. La derecha peruana necesita un diario con posiciones fuertes, pero serio, ameno e inteligente. Mariátegui sale de estas elecciones habiendo perdido la credibilidad que le quedaba entre los que abrimos la prensa para informarnos y no para leer propaganda.

Coda: tras escribir estas líneas, Jaime Bayly hizo públicos audios de conversaciones privadas de Lourdes Flores. Respeto a Bayly por haber colaborado en hacer este país menos pacato, pero iría contra todo lo dicho antes no criticar la forma parcializada en que ha actuado en la campaña. Una cosa es que emita opiniones en su talk show, por duras que sean, otra que presente investigaciones sin sustento (como la de Salazar Monroe) o frases dichas en un momento de ofuscación como si fueran “de interés público”. ¿Estamos frente a crímenes o hechos graves que justifiquen romper el secreto de las comunicaciones? No lo creo.

“En el Perú apenas existe una derecha liberal”

LA REPUBLICA
31 de octubre de 2010

Politólogo estadounidense, formado en Stanford, doctorado en Berkeley y profesor en Harvard desde 1999, Steven Levitsky sostiene una relación intensa con América Latina.  Vivió en Honduras, Nicaragua y Argentina antes de llegar al Perú por primera vez a mediados de los noventa. Casado con una periodista peruana, fascinado por la cultura y la historia política del país, Levitsky ha seguido de cerca el proceso político peruano, y es autor de  una decena de ensayos sobre democracia y partidos políticos. Hoy está otra vez en Lima, gracias a una invitación de la PUCP, dictando por un semestre  el curso “Regímenes políticos comparados”.  Aquí su visión de la coyuntura local de cara a los comicios del 2011.

Por Enrique Patriau


¿Qué representa la victoria de Susana Villarán para la izquierda peruana?

–No representa una victoria de la izquierda. Como en todas las elecciones en el Perú, es más un triunfo personal. Si la campaña duraba una semana más, Lourdes Flores hubiese sido la ganadora.

–¿Tanto así?

–La última semana de la campaña de Villarán fue una de las peores estrategias electorales que he visto en mi vida. Un desastre. Su performance en el debate fue muy mala, no respondió a nada, se puso muy conservadora, muy tímida. Prefirió no arriesgar sus puntos de ventaja y prácticamente desapareció del escenario. En cambio, Lourdes estuvo muy fuerte, salía en la televisión a cada hora, y casi la alcanza. Ha sido una elección muy volátil. 

–Pero de alguna manera la izquierda podría beneficiarse.

–No veo mucha evidencia de que el electorado limeño se haya pegado a la izquierda. Sin embargo, Fuerza Social es un sector que, a pesar de no haber tenido mucho éxito en el pasado, representa un esfuerzo coherente por convertirse en una opción de centroizquierda. Esta podría ser la oportunidad para construir un espacio de centroizquierda. Fuerza Social no tiene nada que ver con los grupos de izquierda, como Patria Roja, ni con el nacionalismo. Es un grupo de clase media progresista, con muchos tecnócratas y sectores moderados de lo que fue Izquierda Unida.

–¿Qué tendría que ocurrir para que la izquierda aproveche esta oportunidad?

–Para empezar, gobernar bien. Ahora, no olvidemos que la relación entre el éxito de un candidato y el éxito de sus aliados es muy débil. Fujimori nunca pudo endosar votos. Alan García es una cosa, pero al Apra le fue muy mal en las elecciones. Lo mismo pasa con Alejandro Toledo y Perú Posible.

–¿No cree que en esta última elección parte de la derecha peruana reveló su lado más cavernario?

–Sí. Desde luego, existen muchas derechas. Hay una ligada a la Iglesia Católica y muy conservadora, tienes al fujimorismo, a la derecha no partidaria pero militarista, y al propio gobierno aprista aliado con Giampietri y Cipriani. De todas ellas, la derecha fujimorista es la que tiene más apoyo electoral. Lo que me llama la atención es que la derecha liberal apenas existe. Ni se le vio en esta campaña. La única voz de derecha liberal que se escucha aquí viene de fuera, es la de Mario Vargas Llosa. Eso es preocupante.

–¿Qué diferencia a la derecha peruana de las otras derechas de la región?

–Que la derecha de otros países, salvo quizás en Colombia, no es tan militarista. En el Perú sobrevive una derecha abiertamente enfrentada al sistema internacional de los derechos humanos. Ese tipo de derecha ya se está muriendo en otros países, miremos a Chile, Argentina, Brasil…

–¿Y considera que es una derecha con alguna posibilidad de éxito electoral?

–No. La derecha peruana nunca gana las elecciones. Perdió contra Alan García en 1985, contra Fujimori en 1990, contra Toledo en 2001 y volvió a perder con García en 2006. Y sin embargo, ha tenido la suerte de que casi todos los gobiernos en los últimos veinte años aplicaron políticas conservadoras.

–¿Salvo Toledo?

–Toledo gobernó un poco más al centro y fue atacado por eso. Puede decirse que Fujimori  y García, en su versión 2006, gobernaron en alianza con la derecha, con un programa muy conservador. Y no me parece que ese programa tenga ahora mucho éxito electoral. Por ejemplo, las encuestas revelan que en Lima la gente ya no está tan preocupada por un rebrote del terrorismo senderista. La corrupción es la preocupación número uno. De ahí que la campaña macartista contra Villarán no le hizo mucho daño. Al contrario, le dio visibilidad. El programa de la derecha no ha ganado las elecciones aquí. ¿Pero qué pasaría si entramos a una situación parecida a la de Bolivia o Argentina? No sabemos si esa derecha va a estar dispuesta a tolerar un gobierno de centroizquierda.

–Quizás ya hemos vivido un escenario de intolerancia con Toledo, sin ser él de izquierda.

–El gobierno de Toledo era más liberal en lo político y en lo social. Tuvo a la prensa en contra, así como a muchos sectores del establishment.

–Hubo mucho racismo. 

–Yo creo que sí. Curiosamente, Toledo consolidó un modelo pro mercado, una política exterior pro estadounidense. Es decir, todo lo que una derecha moderna quisiera. 

–¿Su opinión de Toledo es positiva?

–No es el mejor político del mundo. Siendo politólogo, a mí me gustan los políticos de carrera, los que tienen experiencia.
–Los animales políticos.

–Sí, eso me gusta en Alan García. El tipo sabe hacer política. Toledo vino como un amateur, evidenció su ineptitud política, pero a la vez demostró ser un demócrata. En su gobierno las acusaciones de corrupción eran cosas más bien menores. Aunque dudaba mucho de él, cuando uno mira su gestión debe reconocerse que ayudó a consolidar la democracia en un ambiente económico excelente. Mucho se debe a que supo escoger bastante bien a sus ministros y los dejó maniobrar. No es un tipo al que le guste controlar todo, al estilo Fujimori o García.

–¿Le ve alguna opción de volver a ganar en el 2011?

–No lo sé. El suyo es un liderazgo personalista, como el de Luis Castañeda o Keiko Fujimori, que ante el electorado no está mal visto pero tampoco.

El peligro fujimorista

–Justamente, ¿y cómo ve a Keiko Fujimori?

–Veo a Keiko como la aliada de los sectores más militaristas del Perú. El suyo es un proyecto personalista, que no necesariamente representa una propuesta política definida. Su padre tampoco representaba algo claro en 1990. Tiraba un poco hacia la centroizquierda, era anti neoliberal, anti Vargas Llosa, populista. Luego terminó gobernando de otra manera. Lo único que me parece claro en Keiko Fujimori es que el suyo no es un proyecto democrático.

–Aunque ella diga lo contrario…

–Es que está rodeada de montesinistas, y de los peores.  Recordemos que el fujimorismo gobernó de una manera autoritaria, y no han hecho un reconocimiento de sus errores, no hemos escuchado una autocrítica. El contacto entre Keiko y su padre es fluido. La evidencia nos habla de una fuerza no democrática, no liberal. Y si yo fuera peruano no me arriesgaría. 

–¿Vislumbra la aparición de un outsider para las elecciones presidenciales?

– Cuando un sistema de partidos no se ha logrado consolidar, como en este caso, siempre existe esa posibilidad. Dicho esto, me parece que el electorado peruano, sobre todo el de la costa, vive otro momento. Hace veinte años la crisis política, social y económica era muy fuerte. Ahora percibo que el votante peruano está menos dispuesto a apostar por un desconocido. Hay mucho más que perder que en 1990, cuando las cosas ya no podían andar peor. Me sorprendería que ganara un outsider con el discurso de “váyanse todos”.

–De García me ha dicho que destaca su capacidad de hacer política. Su elección del 2006 fue casi un milagro de resurrección después de cómo dejó el país en 1990.

–Es un pragmático. Todos los buenos políticos, los que tienen éxito a través del tiempo, son pragmáticos. Pero el suyo es un caso bastante extremo. Decidió que era más fácil gobernar desde la derecha más dura. Honestamente, pensé que gobernaría tal como lo anunció en su campaña…

–¿Ubicado en la centroizquierda?

–Sí. Un poco a lo Lula. Existía el espacio, había recursos económicos. Y no lo hizo porque era más sencillo gobernar desde la derecha, donde están los empresarios, los militares, la Iglesia. No hay contrapeso en la izquierda. 

La democracia peruana

–¿Qué piensa de la salud de la democracia peruana en estos momentos?

–Hay señales buenas y malas. Cada vez que el gobierno de García se acercó a la línea autoritaria, debió retroceder porque la sociedad salió a responderle.  García tampoco es un tipo súper autoritario. Eso está bien. Lo malo: el fujimorismo sigue vivo. Eso demuestra que la democracia peruana no está nada consolidada. A eso hay que sumarle que el periodismo, actualmente, no golpea mucho al poder, salvo excepciones contadas. En una democracia liberal se debería investigar más.

–En su reciente libro sobre “autoritarismos competitivos”, usted y Lucan Way destacan que el Perú dejó aquel modelo para convertirse en una democracia que cumple con los requisitos mínimos. 

–Efectivamente, el Perú desde el 2001 es una democracia. Y soy optimista en el mediano plazo. No veo que se vaya a seguir un camino similar al de Ecuador o Venezuela, por ejemplo.

–Todo dependerá de quién gane en el 2011.

–Por cierto, la amenaza latente es el fujimorismo. Yo volví al Perú en junio y por entonces estaba convencido de que Keiko tenía un techo, que si bien podía llegar a la segunda vuelta, la oposición a su proyecto era más fuerte. Ahora ando más preocupado.
Veo sectores del establishment, de la clase media y media alta, a los que no les desagrada la idea de tenerla de presidente.
Sorprendente. ¿No? ¿Por qué apostar por alguien como Keiko que solamente traería incertidumbre, inestabilidad política y una mala imagen internacional? 

–El riesgo de un retroceso democrático en el Perú se plantearía en términos de lo que usted llama “autoritarismo competitivo”.
–Estoy casi seguro. El riesgo de un golpe militar tradicional es muy bajo. 

–Aquí hubo un debate interesante porque algunos analistas y académicos rechazan llamar “autoritarismo competitivo” al régimen de Fujimori. Prefieren calificarlo de dictadura a secas.

–Yo viví en el Perú en los peores momentos del fujimorismo, pero una dictadura es Stalin, China, Cuba. Lo de Fujimori no fue democracia, fue un régimen de naturaleza autoritaria con competencia política, oposición legal y algunos medios opositores. El término “autoritarismo competitivo” surge en el Perú. Admito que es políticamente incorrecto porque hay cierta necesidad de llamar a Fujimori dictador. No sé bien por qué.

–Quizás porque es un poco suave.

–Mira, yo odio a Fujimori. Era un tipo malo, corrupto, autoritario. ¿Simplemente porque no pongo a Fujimori al mismo nivel de Stalin uno es fujimorista? Esa es una tremenda exageración.


“Los peruanos son más optimistas que antes”

–Su relación cercana con el Perú ya lleva quince años. ¿Ha visto cambios importantes en el país?

–Ha sido un shock, una cosa tremenda. Primero, el optimismo. Hablo de Lima, claro, pero ya no veo  esas caras de resignación de los noventas. Hablas con los taxistas, con la gente en la calle, con quien sea, y dejan salir una visión positiva sobre su propio futuro y sobre el país.

–¿Sienten que hay más oportunidades?

–Sí. Te cuento una impresión personal. La primera vez que visité a la Universidad Católica, allá en los noventas, era bien pituca, de chicos blancos, y eso hoy ha cambiado mucho. ¿Bien, no? Percibo que sectores sociales que antes no tenían posibilidad alguna de acceder a una educación superior privada de calidad, ahora sí pueden hacerlo. Y eso es muy bueno, es fantástico.

Perfil

• Nombre: Steven Robert Levistky Rubenstein.
• Fecha y lugar de nacimiento: Enero, 1968, Princeton, New Jersey.
• Estudios: Bachiller en Ciencias Políticas por la Universidad de Stanford. Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Berkeley.
• Ocupación: Profesor permanente de la escuela de gobierno de la Universidad de Harvard. Especialidad: Regímenes políticos, partidos y democracia en América Latina. 2010: Profesor visitante en la Facultad de Ciencias Sociales de la PUCP (beca Fulbright)
• Libros: La transformación del justicialismo. Del partido sindical al partido clientelista, 1983-1999 (2003).
 -La democracia argentina: la política de la debilidad institucional (2005-coeditor)
-Instituciones informales y democracia. Lecciones desde América Latina (2006)
-Autoritarismos competitivos. El origen y la evolución de los regímenes híbridos después de la Guerra Fría (2010 –escrito con Lucan Way).